El asedio de Tiro

Dividida en dos partes (la ciudad vieja en el continente y la ciudad nueva en una isla situada a 800 metros frente a la costa), Tiro tenía fama de inexpugnable. La principal ciudad-estado fenicia había resistido con éxito un asedio de 13 años de Nabucodonosor en el 574 a.C. debido a la imposibilidad de rodearla y a que su poderosa flota le garantizaba suministros continuos. La ciudad poseía dos puertos, uno al norte (Puerto de Sidón) y otro al sur (Puerto Egipcio), y sus murallas alcanzaban 45 metros de altura en algunos puntos. Estaba unida artificialmente a la pequeña isla de Melkart al sur, donde se encontraba el templo que daba nombre a la isla.

Mosaico representando a Alejandro Magno
Con cerca de 40.000 habitantes y con una falsa sensación de inexpugnabilidad, Tiro no se asustó cuando Alejandro Magno empezó en enero del 332 a.C. su asedio. Sin embargo, la Historia ha demostrado que no existen posiciones impenetrables,  tal y como se vio antes en Jericó, Troya o Micenas. Tiro acabó sometiéndose al genio de Alejandro, porque ante los grandes personajes de la Historia valen de poco los muros, los fosos e incluso los mares.

La decisión de Alejandro

Después de la batalla de Isos, Alejandro decidió no perseguir a los persas hacia el corazón de su imperio y prefirió asegurarse la retaguardia. Sabía que el soberano persa Darío tardaría en reunir un nuevo ejército que le hiciera frente, así que se dirigió al sur, hacia la costa sirio-libanesa, donde una confederación de ciudades-estado fenicias feudataria de los persas controlaba el territorio. Dominando los puertos del Mediterráneo garantizaba que Darío no recibiera suministros y que no pudiera llevar la guerra hasta Grecia.

Ruinas de Tiro
En su marcha hacia el sur, todas las ciudades lo saludaron como a un libertador y le abrieron sus puertas. A fin de cuentas, era mejor tener como soberano a un macedonio que se creía griego que a un tirano persa. Ciudades como Arados, Biblos o Sidón lo recibieron como a un héroe y le rindieron homenaje, poniendo a su disposición sus flotas y sus puertos. A la vez, su general Parmenion se dirigió a Damasco para apoderarse del tesoro real persa, cosa que consiguió con facilidad. Todo parecía ir a la perfección cuando a finales del año 333 a.C. Alejandro partió de Sidón para dirigirse a Tiro, la más importante ciudad-estado fenicia.

Alejandro se encontró con la embajada tiria, comandada por el príncipe Acemilco, que le informó de la predisposición de la ciudad a rendirse. El macedonio les agradeció el gesto y anunció su intención de hacer un sacrificio en el templo de Heracles. Fue ahí donde empezaron las dificultades. Había dos templos de Heracles en la ciudad, uno en la ciudad antigua (en el continente) dedicado al Heracles griego y otro en la ciudadela, dedicado a Melkart, al que los griegos llamaban el “Heracles fenicio”. Alejandro quería hacer el sacrificio en el templo de la isla. Tiro tenía la intención de mantenerse neutral en la guerra, con lo que la entrada de Alejandro en la ciudadela estaba descartada, pues el tratado de neutralidad impedía que entrara en Tiro ningún persa o griego armado. Así que la embajada tiria le sugirió que lo hiciera en el templo continental, algo que llenó de furia a Alejandro.

Comienza el asedio

Alejandro vio como un insulto que los tirios no le dejaran acceder a una parte de la ciudad que era suya, puesto que se había rendido ante él. Así que reunió a sus generales para comenzar la campaña. El problema era que Tiro no podía ser rodeada al estar en una isla, y la flota tiria era manifiestamente superior a la que Alejandro tenía en ese momento. Diades de Pela, que estaba al frente de sus ingenieros, sugirió que la mejor posibilidad era construir un espigón de tierra que uniera la costa continental con la isla. Alejandro aceptó la idea, consciente de que no podía permitirse un gran retraso ante la posibilidad de que Darío se rearmara.

Mapa de Tiro y plan de Alejandro
Se alistaron a la fuerza miles de auxiliares civiles y se demolió completamente la ciudad vieja, cuyos escombros servirían para construir el espigón. Como la profundidad del mar no era muy grande (unos 2 metros, excepto en la zona cercana a la isla, que era de unos 6 metros), los trabajos avanzaban con rapidez. Para delimitar el espigón, se clavaron estacas al lecho marino y las unieron con tablas. Entre ellas se echaron los escombros. Los habitantes de la ciudad observaban las obras con escepticismo, pero pronto vieron que los macedonios se acercaban a las murallas. Así que los trabajadores empezaron a recibir flechas, jabalinas y proyectiles de balistas y catapultas procedentes de las murallas. Además, naves procedentes de la isla acosaban constantemente la construcción, con lo que los trabajos se volvieron imposibles.

Alejandro mandó construir dos grandes torres de asedio en la parte delantera del espigón. Estas torres, protegidas con pieles mojadas para evitar el fuego, montaban en lo alto catapultas que batían las murallas de la ciudad, impidiendo que los habitantes de Tiro pudieran lanzar sus proyectiles contra la escollera. Los tirios, lejos de rendirse, contraatacaron mandando nadadores que ataban pequeñas embarcaciones a remo a los postes, arrastrándolos al mar.

El brulote

Los habitantes de Tiro comprendieron que debían destruir las torres a toda costa. Cogieron un navío enorme (antes se utilizaba como transporte de caballos) y lo cargaron con toneladas de astillas de madera, ramas y leña junto a decenas de ánforas de pez, azufre y brea, convirtiéndolo en una bomba incendiaria flotante. Además lo lastraron de popa, de forma que la proa quedara levantada. Lo remolcaron entre dos trirremes y lo arrojaron contra la punta de la escollera. Cuando chocó, el brulote quedó montado en ella y una nube de flechas incendiarias lanzadas desde las murallas hizo que empezara a arder violentamente, propagando el fuego rápidamente a las torres y a todo lo que hubiera cerca.

Representación del espigón construido por Alejandro
Todo ardió en cuestión de minutos: las torres, los andamios, los postes y casi toda la escollera entera. Además, los soldados macedonios que trataban de apagarlo eran acribillados desde las murallas. Los tirios hicieron una salida desde la isla en embarcaciones pequeñas y terminaron de incendiar los restos del espigón. Al día siguiente, una violenta tormenta terminó por destruir lo poco que quedaba. Tiro había ganado el primer asalto, y la sensación de que seguía siendo inexpugnable y nadie podría conquistarla se hizo más fuerte que nunca.

Alejandro consigue una flota

Alejandro se dio cuenta de que necesitaba una flota si quería conquistar Tiro. Con un contingente de caballería se dirigió a Sidón a buscarla, pero antes ordenó que empezaran a construir un nuevo espigón más ancho, de forma que pudiera albergar más torres, más soldados y más trabajadores. En Sidón no sólo consiguió apoyo de sus habitantes, sino que también se le unieron 80 embarcaciones de Biblos y Arados, 10 trirremes de Rodas y 15 de las ciudades cilicias, además de 120 barcos de Chipre. Una auténtica coalición se había formado de forma “espontánea”, bien porque quisieran eliminar un competidor comercial, bien por estar al lado del ganador cuando todo acabase.

Alejandro durante el sitio de Tiro
Mientras esperaba que la flota de más de 200 naves se reuniera en Sidón, Alejandro emprendió una expedición punitiva contra los bandidos que asaltaban las caravanas comerciales que salían de Damasco. Con todo listo, partió de nuevo hacia Tiro. A su llegada se encontró dos nuevas sorpresas: el espigón estaba prácticamente terminado y su general Cleandro había regresado de Grecia con 4.000 mercenarios. Eran finales del mes de julio del año 332 a.C.

Los macedonios dominan el mar

Alejandro, con la esperanza de incitar a la flota tiria a un combate abierto, lanzó todas sus fuerzas navales a la vez. Las naves de Tiro tuvieron algunas escaramuzas en las que perdieron varios barcos, por lo que decidieron refugiarse en los puertos. Allí, en un sitio mucho más estrecho, la superioridad numérica de Macedonia era del todo inútil, al no poder desplegarse de forma eficaz (algo parecido a lo que había sucedido 150 años antes en Salamina).

Acción naval durante el sitio de Tiro (grabado del s. XVII)
Alejandro se limitó a colocar a su flota a la salida de los puertos. Colocó a los barcos chipriotas bloqueando el Puerto de Sidón (al norte) y al resto bloqueando el Puerto Egipcio (al sur). A la vez, comenzó a colocar sus máquinas de asedio sobre el espigón y sobre barcos anclados alrededor de la ciudad. El comienzo del bombardeo era inminente, y así lo entendieron los tirios, que decidieron realizar una salida para romper el bloqueo. Varias naves salieron del puerto norte y cogieron por sorpresa a la flota chipriota, que perdió varios barcos. Alejandro acudió en su ayuda y pronto estabilizó la situación. Pocas naves tirias pudieron regresar a puerto.

Tiro estaba, esta vez sí, completamente sitiada. Ya no podrían llegar suministros desde el mar, y la amenaza de rendición por hambre y sed se tornó real por primera vez. La ciudad dependía ahora de Cartago, a quienes los habitantes de Tiro habían pedido ayuda en previsión de una situación así. Pero no sabrían si esa ayuda llegaría a tiempo hasta que no vieran aparecer las velas cartaginesas en el horizonte.

Guerra de ingenios

Los macedonios colocaron torres a lo largo del nuevo espigón, al que protegieron los laterales con barcos anclados al fondo del mar, sin remeros y sólo con la dotación de combate. Los isleños respondieron blindando algunos de sus barcos y lanzándolos contra ellos, cortando las cuerdas de las anclas y encallándolos contra la costa. Alejandro respondió blindando algunas naves y utilizándolas en la defensa de los que protegían la escollera.

Los habitantes de Tiro comprendieron que debían deshacerse de parte de la población civil para que los víveres y el agua no se les acabaran tan pronto. Cargaron a varios miles de personas en barcos y en un descuido de la flota macedonia los evacuaron hacia Cartago. Esto supuso que muchos de sus barcos de guerra también se fueran. Definitivamente, Alejandro era dueño del mar.

Mapa actual de Tiro
Los macedonios montaron grandes torres de asedio en parejas de cuadrirremes anclados, bombardeando las murallas con sus catapultas. Los tirios respondieron con máquinas que lanzaban grandes troncos contra las torres, desestabilizándolas y causándoles grandes daños. Para evitar el tiro parabólico de esas máquinas, Alejandro ordenó que las torres batieran las murallas desde más cerca, a lo que los habitantes de Tiro respondieron arrojando grandes piedras al mar que impedían a las torres acercarse. Como la flota macedonia ató las piedras con grandes sogas y las arrastró lejos a golpe de remos, los tirios mandaron buceadores a cortar las sogas con dagas y los macedonios sustituyeron dichas cuerdas por cadenas. Las máquinas ya podían acercarse a las murallas, pero los defensores colgaron grandes sacos llenos de algas para amortiguar el impacto de los proyectiles. La guerra de ingenios proseguía, y Alejandro admiraba la determinación de Tiro, pero a la vez estaba furioso por el retraso que la ciudad le causaba en sus planes.

El asalto

La construcción del espigón terminó, se cubrió con mantillo apelmazado y se pavimentó. Las máquinas de asedio macedonias empezaron a golpear las murallas. A la vez, las catapultas de los barcos lanzaban sus proyectiles contra todo el perímetro de la ciudad. Pero la cosa no iba a ser tan fácil. Los defensores cortaban las cuerdas que sostenían los arietes con largas picas afiladas, haciendo caer sus cabezas contra el suelo. Se techaron los arietes, pero los defensores colgaban sogas con lazos que elevaban sus cabezas. Sin embargo, poco a poco las murallas empezaron a ceder.

Pezhetaroi
Los tirios elevaron las murallas con planchas de madera y calentaron arena en grandes escudos de bronce, vertiéndola contra los atacantes. La arena se colaba en las armaduras y los soldados sufrían graves quemaduras. Como luego relataría Diodoro, los soldados de Alejandro Magno “se retorcían en una agonía insoportable, tratando de sacudirse la arena“. Finalmente, los arietes y algunas torres de asedio desmoronaron parte de la muralla, por lo que Alejandro ordenó un ataque inmediato en el sector del espigón. Las torres abrieron sus compuertas dejándolas caer sobre las murallas, lo que permitiría que los hombres de dentro pusieran el pie en ellas. Sin embargo, grandes tridentes aparecieron de pronto impidiendo que las rampas cayeran sobre el adarve. Los defensores lanzaron también grandes redes de pesca lastradas que capturaban a los atacantes y los despeñaban desde lo alto.

En la parte sur, las torres flotantes habían abierto también una brecha. Un segundo asalto por allí también fracasó. Pero Alejandro ordenó que se siguiera batiendo intensamente esta parte a fin de hacer la brecha más grande. Tres días después, empezó un tercer asalto con Alejandro encabezando a sus mejores tropas, los hispaspistas y los pezhetaroi. Además, los macedonios atacaron simultáneamente ambos puertos y desde el espigón, saturando y dividiendo a los defensores. Lograron consolidarse en la muralla, las flotas atacaron los puertos con renovados bríos y en el del sur desembarcaron más soldados. Se hicieron con varias torres de las murallas, lo que les permitía controlar la situación. Pronto el combate se trasladó al interior de la ciudad.

La masacre

Tiro estaba a merced de los macedonios. Los heraldos comenzaron a anunciar que se respetaría la vida de aquellos que se refugiaran en los templos, pero pocos habitantes lo hicieron. La defensa fue encarnizada en cada esquina, cada calle, cada casa. Los defensores, sin embargo, fueron masacrados por las más expertas tropas macedonias. La última defensa se realizó en el Agenorium, lugar dedicado al mítico fundador de la ciudad. Los soldados no tuvieron piedad, en parte por el largo asedio que habían llevado a cabo y en parte porque los tirios habían ahorcado días antes a varios prisioneros macedonios arrojándolos desde lo alto de las murallas. La mayor parte de los supervivientes (entre los que se encontraba una embajada cartaginesa) fueron los que se resguardaron en el templo de Melkart.

Sitio de Tiro (Grabado de 1.696)
En el asedio murieron alrededor de 400 macedonios frente a los 8.000 tirios que perdieron la vida combatiendo. Otros 2.000 fueron crucificados a lo largo de la playa, y alrededor de 30.000 fueron vendidos como esclavos. Hay que decir también que varios miles de tirios fueron recogidos y escondidos por la armada de la ciudad de Sidón. Poco después, Alejandro pudo hacer finalmente el sacrificio en el templo de Melkart. Era el mes de agosto del 332 a.C. Con el tiempo, el espigón construido por Alejandro se consolidó con sedimentos marinos, convirtiendo la antigua isla en una península.

Alejandro se retrasó 7 meses en sus planes. Sin embargo, un año después, y tras haber dominado también Egipto (donde incluso fue coronado Faraón), volvería hacia el interior de Persia derrotando al ejército de Darío en Gaugamela. Esta victoria le llevaría a encabezar el mayor imperio nunca conocido hasta la llegada de Roma. Sus tierras iban de Grecia al Indo y del Mar Caspio a Egipto. Sólo su muerte en Babilonia en el 323 a.C. impidió que su imperio se expandiera hacia el interior de la India. Su tumba sigue sin descubrirse, aunque muchos creen que se encuentra en Alejandría. En cualquier caso, su figura sirvió de inspiración a todos los generales posteriores y es ya inmortal.
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